JOHN LE CARRÉ, nacido para simular

Biografía. Adam Sisman reconstruye la novelesca vida del más taquillero de los autores de espionaje.

POR MICHIKO KAKUTANI

John Le Carré
Traición, abandono y anhelo de pertenencia son los soportes psicológicos de las novelas de John le Carré que orientan la trama de sus historias de espías y proyectan su mejor obra muy por encima de las paredes del género. Como deja en claro la nueva y absorbente biografía de Adam Sisman de John le Carré (o mejor dicho de David Cornwell, el hombre detrás del seudónimo), estos sentimientos estuvieron profundamente arraigados en la infancia nada feliz del novelista. El padre, Ronnie, era un estafador extravagante y desvergonzado, que acumulaba deudas y manchas por todas partes y estuvo preso por fraude. La madre, Olive, abandonó a la familia cuando David tenía cinco años.
David sobrevivió los “16 años sin abrazos” que siguieron a la ida de su madre escapándose a un mundo de fantasía e imaginación. Contar historias también se convirtió en una forma de cautivar, de divertir, de esconder, aptitud que más tarde le sirvió mucho en su carrera dentro de la inteligencia británica y como escritor. “Soy un mentiroso”, dice Sisman citándolo. “Nacido para mentir, educado para hacerlo, adiestrado a hacerlo por una industria que miente para vivir, experimentado en hacerlo como novelista.” En John Le Carré: The Biography (aún no traducida al español), Sisman elabora un retrato perceptivo y muy legible de un hombre y un escritor que con frecuencia han sido tan elusivos y enigmáticos como sus héroes de ficción. El biógrafo lleva a cabo un trabajo diestro al trazar correspondencias entre las novelas de Le Carré y la vida de David Cornwell, a la vez que intenta despejar con cautela lo que llama “ejemplos de falsos recuerdos por parte de David”.
“Ha reimaginado hechos de su pasado para sus ficciones”, dice Sisman, que entrevistó al autor durante unas 50 horas y tuvo acceso a sus archivos, “y lo que después recuerda tiende a ser la re-imaginación ficcional más que lo que realmente ocurrió.” La primera mitad de la obra, que describe la juventud de Cornwell, su educación y sus años en la inteligencia británica, es por lo menos cautivante para el seguidor de Le Carré, y aunque la segunda parte se entrega a una enumeración algo reiterativa de los libros escritos y publicados, también estos capítulos echan luz sobre el arduo proceso de investigación y escritura de Cornwell y la dedicación casi obsesiva a su vocación.
De 84 años, Cornwell pidió a su biógrafo que demostrara “el respeto debido por la sensibilidad de terceras personas vivas”, y como resultado la narración de su vida privada resulta un tanto discontinua. Hay muy poco sobre su primer matrimonio y la relación con sus cuatro hijos. Por otra parte, hay montones de detalles sobre su extraña relación con su mejor amigo, el escritor James Kennaway.
De chico, David Cornwell se vio avergonzado y humillado por las imposturas del extravagante trepador social y estafador de su padre, y se esforzó sobremanera para integrarse en el colegio donde estaba pupilo. Era bien dispuesto, carismático, un talentoso mimo y artista dotado, pero como el protagonista de su novela más autobiográfica, Un espía perfecto , por dentro vivía atormentado: apenado por su vida familiar caótica y los castigos corporales que le infligían en el colegio. Estos sentimientos asomarían a la superficie en sus complicadas actitudes hacia la autoridad y el establishment que exhiben sus novelas.
“La suya era una vida oculta, de conformidad hacia afuera y rebeldía interior”, escribe Sisman. “Al recordar sentía que lo habían educado para convertirse en espía, aprender el idioma del enemigo, usar sus ropas, imitar sus opiniones y simular que compartía sus prejuicios.” En el libro nos enteramos de que cuando estudiaba en Oxford, a Cornwell le propusieron adoptar un personaje izquierdista, infiltrar grupos sospechosos de tendencias subversivas e informar sobre sus compañeros al MI5, el servicio de inteligencia nacional británico. Evaluación de Sisman: “Si bien no era quizá partidario de una ideología determinada, había elegido ser leal a su país por sobre la lealtad a los amigos. El dilema siguió perturbándolo; era un tema que volvería a aparecer repetidamente en su ficción.
Cornwell se desencantó del MI5 como organización: “Por un momento te preguntabas si los tontos realmente estarían simulando ser tontos, como debido a cierta especie de decepción”, escribió más adelante, “pero lamentablemente lo real era la mediocridad. Todos parecían tener olor a fracaso”. El entrenamiento para el MI6, el servicio británico de inteligencia exterior, fue más intenso e incluía lecciones de pericia en espionaje (de amplia utilización en sus novelas), tiro y combate con cuchillo, por más que Sisman observa que Cornwell “nunca iba a estar expuesto a riesgo personal en su trabajo secreto”.
Desde la infancia Cornwell abrigó aspiraciones artísticas y “enloqueciendo de aburrimiento” con su trabajo en inteligencia empezó a escribir la que sería su primera novela, Llamada para el muerto . Cuando quedó claro que su tercer intento, El espía que surgió del frío , iba a ser un éxito financiero, Cornwell abandonó su empleo en el gobierno.
Por lejos, está claro, el libro fue más que un best seller internacional. El espía que surgió del frío –que exploraba las ambigüedades de la Guerra Fría y reflejaba la desilusión de Cornwell con su trabajo y su matrimonio– no sólo significó el surgimiento de su autor como un escritor de thrillers de primer orden, sino que ayudó a revolucionar el género, que hasta entonces había estado definido por la maniquea carencia de sutileza de Ian Fleming.
Cornwell no divulga mucho acerca de sus actividades reales en el MI5 y el MI16 –aduciendo obligaciones legales y morales– pero Sisman reúne con habilidad historias verdaderas y colegas verdaderos que lo inspiraron para sus libros. Al mismo tiempo expresa el logro de las grandes novelas del espía Smiley ( El topo , El honorable colegial yLa gente de Smiley ): cómo captaron el claroscuro moral de la Guerra Fría, la fatiga y el orgullo herido de la Gran Bretaña postimperial.
El héroe de Cornwell para semejante época no fue un gallardo James Bond sino el sufrido George Smiley. Para persuadir a Alec Guinness de que aceptara el rol de este jefe de espionaje entrado en años en la que se convirtió en una adaptación para televisión clásica, Cornwell le escribió una carta al actor en la cual describía “la preocupación por los demás, el compromiso moral, la humanidad de Smiley” y el intelecto que daba sustancia a esas cualidades: “Su autoridad surge de la experiencia, añares de experiencia, la compasión y, en la raíz, un pesimismo desconsolado que confiere cierto fatalismo a gran parte de lo que hace”. Smiley no sólo fue el más grande, el personaje más indeleble de Cornwell sino también, como queda claro en esta biografía reveladora, una especie de figura paterna alternativa: la opuesta, en cualquier aspecto importante, al ostentoso y decepcionante papá de David Cornwell, Ronnie.
© New York Times News Service 
Traducción: Román García Azcárate
Diario Clarín (Buenos Aires) - Revista Ñ  Marzo 7, 2016

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